Un artículo de Bruno Troublé sobre el barón Bich y la copa Louis Vuitton:
Si la Copa América es lo que es hoy en Valencia, un acontecimiento señero del calendario deportivo mundial, se lo debe, en gran parte, al barón Bich. El mismo barón que le dio su nombre, en los años 50, a los bolígrafos, a las maquinillas de afeitar y a los mecheros BIC.Siguiendo las huellas de Sir Thomas Lipton (en este caso con las bolsas de té), también fue un desafiante asiduo de la Copa América. Abordaba este reto siempre con elegancia y clase. Le habían dicho que la Copa América era imposible de ganar. Y quizás por eso, se lanzó inmediatamente al asalto del secular trofeo. Y la verdad es que en aquella época, a finales de los años 60, la Copa América, controlada desde hacía un siglo desde los suntuosos salones del New York Yacht Club (NYYC), parecía absolutamente inaccesible.
El Barón, con todo, le lanzó un desafío al New York Yacht Club. Pero le respondieron que tenían ya sobre la mesa el desafío de un equipo australiano y que para aceptar el suyo tendría que esperar cuatro años. Los americanos sólo aceptaban medirse a un único equipo en cada edición del trofeo.
Pero Marcel Bich no era de los tipos que aceptan fácilmente un 'no' por respuesta. Y, por supuesto, no quería esperar cuatro años. Por eso, volvió a la carga ante los dirigentes del New York Yacht Club y, a fuerza de persuasión, consiguió que aceptasen su idea de que seleccionasen al mejor desafío. Ese día, seguramente los americanos no se dieron cuenta de que, al aceptar el proyecto del Barón Bich, estaban firmando el final de su monopolio sobre el aguamanil de plata. La Copa ya no volvería a ser un duelo desigual entre el Defender y un equipo, sino que el Defender se mediría al resto del mundo.
Había nacido la primera fase de la Copa América, convertida, a partir de 1983, en la Copa Louis Vuitton. Una primera fase consistía en seleccionar al mejor de los desafíos procedentes de todo el mundo. Es cierto que el Barón Bich nunca ganó, a pesar de haberlo intentado cuatro veces entre 1970 y 1980, pero inscribió su nombre en esta larga saga de grandes patrones en la era moderna de la Copa América. Hubo que esperar cerca de 15 años, hasta 1983, para encontrar a un desafío vencedor de la Copa Louis Vuitton. Fue entonces cuando el Australia II puso fin a 132 años de dominio absoluto de los americanos. Toda una revolución, que transformó la Copa América. Pasó de ser un pasatiempo de vacaciones de multimillonarios americanos apasionados por la vela a un acontecimiento planetario.
Personalmente tuve la suerte de ser elegido por el Barón Bich para dirigir su barco en 1977 y en 1980. Su extraordinario carisma dejó huellas imborrables en mí para siempre. A pesar de su edad, navegaba con nosotros durante la regata, obligándome a dejar en tierra a un tripulante, porque el número de miembros del equipo estaba limitado. Hoy, en cambio, hay sitio entre el equipo para un invitado, además de la tripulación. Se colocaba detrás de mí, observando cada fase de la carrera con inusitada pasión. A veces, me pedía el timón, cuando les llevábamos a los demás mucha ventaja o cuando ya habíamos ganado la regata. Y, otras veces, cuando nos pisaban los talones y no teníamos posibilidades de ganar. Entonces decía: «Troublé, no tenemos nada que hacer. Si de lo que se trata es de llegar por detrás, puedo hacerlo yo mismo. Dame el timón».
Para él, nada era ni demasiado bello ni demasiado caro. Estaba dispuesto a todo por triunfar. Y, cuando ganamos una regata de la final de los desafíos en 1980 contra Australia –tras haber batido a los ingleses, a los suecos y a los australianos– saltó al agua lleno de felicidad.
Decidió abandonar tras las regatas de 1980 (que sigue siendo el mejor resultado francés en la Copa). Ese año, se dio cuenta de que su sitio ya no estaba a bordo y me confesó con tristeza: "Sólo me siento bien contigo. Jamás podría verte regatear, observándote con mis prismáticos desde mi yate. Prefiero abandonar". Así termino la 'era Bich' en la Copa América.
El Barón, con todo, le lanzó un desafío al New York Yacht Club. Pero le respondieron que tenían ya sobre la mesa el desafío de un equipo australiano y que para aceptar el suyo tendría que esperar cuatro años. Los americanos sólo aceptaban medirse a un único equipo en cada edición del trofeo.
Pero Marcel Bich no era de los tipos que aceptan fácilmente un 'no' por respuesta. Y, por supuesto, no quería esperar cuatro años. Por eso, volvió a la carga ante los dirigentes del New York Yacht Club y, a fuerza de persuasión, consiguió que aceptasen su idea de que seleccionasen al mejor desafío. Ese día, seguramente los americanos no se dieron cuenta de que, al aceptar el proyecto del Barón Bich, estaban firmando el final de su monopolio sobre el aguamanil de plata. La Copa ya no volvería a ser un duelo desigual entre el Defender y un equipo, sino que el Defender se mediría al resto del mundo.
Había nacido la primera fase de la Copa América, convertida, a partir de 1983, en la Copa Louis Vuitton. Una primera fase consistía en seleccionar al mejor de los desafíos procedentes de todo el mundo. Es cierto que el Barón Bich nunca ganó, a pesar de haberlo intentado cuatro veces entre 1970 y 1980, pero inscribió su nombre en esta larga saga de grandes patrones en la era moderna de la Copa América. Hubo que esperar cerca de 15 años, hasta 1983, para encontrar a un desafío vencedor de la Copa Louis Vuitton. Fue entonces cuando el Australia II puso fin a 132 años de dominio absoluto de los americanos. Toda una revolución, que transformó la Copa América. Pasó de ser un pasatiempo de vacaciones de multimillonarios americanos apasionados por la vela a un acontecimiento planetario.
Personalmente tuve la suerte de ser elegido por el Barón Bich para dirigir su barco en 1977 y en 1980. Su extraordinario carisma dejó huellas imborrables en mí para siempre. A pesar de su edad, navegaba con nosotros durante la regata, obligándome a dejar en tierra a un tripulante, porque el número de miembros del equipo estaba limitado. Hoy, en cambio, hay sitio entre el equipo para un invitado, además de la tripulación. Se colocaba detrás de mí, observando cada fase de la carrera con inusitada pasión. A veces, me pedía el timón, cuando les llevábamos a los demás mucha ventaja o cuando ya habíamos ganado la regata. Y, otras veces, cuando nos pisaban los talones y no teníamos posibilidades de ganar. Entonces decía: «Troublé, no tenemos nada que hacer. Si de lo que se trata es de llegar por detrás, puedo hacerlo yo mismo. Dame el timón».
Para él, nada era ni demasiado bello ni demasiado caro. Estaba dispuesto a todo por triunfar. Y, cuando ganamos una regata de la final de los desafíos en 1980 contra Australia –tras haber batido a los ingleses, a los suecos y a los australianos– saltó al agua lleno de felicidad.
Decidió abandonar tras las regatas de 1980 (que sigue siendo el mejor resultado francés en la Copa). Ese año, se dio cuenta de que su sitio ya no estaba a bordo y me confesó con tristeza: "Sólo me siento bien contigo. Jamás podría verte regatear, observándote con mis prismáticos desde mi yate. Prefiero abandonar". Así termino la 'era Bich' en la Copa América.
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